Sostiene Pereira
Pereira es un animal del Bioparque M’Bopicuá que hizo historia, pero el camino que le permitió lograrlo no fue fácil para su especie: hay escapes de jaulas, reclusión en un calabozo y hasta un doloroso encuentro que terminó con una visita al hospital.
Por Martín Otheguy
Ilustración: Oscar Scotellaro
Muchos eventos tuvieron que pasar para que Pereira hiciera historia en Uruguay. De ella se dicen innumerables cosas: que duerme mucho, que es perezosa, que huele mal, que tiene lengua larga, que sus brazos son insospechadamente musculosos, que tiene un primo famoso, que es una escapista de cuidado, que es más peligrosa de lo que parece, que es un bicho raro. Todas son ciertas y ninguna es motivo de vergüenza.
Pereira es una tamandúa u oso hormiguero chico (Tamandua tectracadtyla), especie amenazada y prioritaria para la conservación en Uruguay, cuyo aspecto simpático y andar lento puede resultar engañoso. Convirtamos los rumores del tamandúa en hechos: puede dormir hasta dieciséis horas por día, posee unas glándulas anales capaces de emitir un olor desagradable, su primo mayor es el famoso oso hormiguero, sus garras le han permitido escapar de más de una jaula, sus extremidades son capaces de atenazar a sus predadores en un abrazo imposible de soltar y su presencia en Uruguay, aunque algo más frecuente en los últimos tiempos, es inusual.
Es por eso, entre otras cosas, que el Bioparque M’Bopicuá de Montes del Plata tenía especial interés en reintroducirlo en el país. Pero para eso necesitaba contar primero con un plantel de cría de al menos dos machos y dos hembras, que llegaron al bioparque con historias y orígenes muy diversos, prácticamente como si fueran los actores de alguna serie televisiva protagonizada por personajes carismáticos.
Era todo un desafío. Juan Villalba, director del bioparque, sabía desde el comienzo que el mantenimiento de tamandúas en cautiverio involucraba una serie de dificultades, porque en Uruguay ningún zoológico o estación de cría había logrado tenerlos por largos períodos (salvo una excepción).
Y como no se trataba de soplar y hacer tamandúas, hubo que esperar a 2011 para que llegara el primer ejemplar al bioparque. Fue una hembra que apareció dentro del tronco de un aserradero y fue llevada a una colección privada de animales. Desde allí se contactaron un tiempo después con Villalba para ceder al tamandúa, ya que conseguir la comida que necesita para crecer sanamente en cautiverio no es tarea nada sencilla.
De hecho, al principio no fue fácil lograr darle el sustento adecuado incluso en el bioparque. El tamandúa se alimenta en M’Bopicuá mejor que un huésped de un hotel con desayuno continental. La comida que se le da tiene, además de una ración usada para felinos cachorros, Nestum cinco cereales, miel, jugo de naranja, banana y leche deslactosada. Todo eso se licúa y se le agrega vitamina K para evitar hemorragias estomacales, un mal que persigue cada tanto a estos animales.
El problema es que el tamandúa había estado poco tiempo en cautiverio, por lo que estaba adaptado a comer hormigas y termitas, no una sopa licuada de desayuno. Como el animal rechazaba al comienzo ese preparado, Villalba usó otra técnica que debe haber resultado un espectáculo de lo más entretenido para el observador casual. Le puso al tamandúa un pretal, como si fuera un perro, y lo sacó a pasear a diario en busca de hormigas por el bioparque.
Por suerte para Juan, que tampoco pensaba convertirse en “paseador de osos hormigueros” a tiempo completo, el tamandúa de a poco fue acostumbrándose y comiendo, además de las hormigas que encontraba en sus recorridos, el licuado vitamínico que se le prepara en el bioparque. Los paseos se fueron reduciendo y a partir de allí el osito se adaptó a su dieta, aunque una vez por semana se le proporcionaba un hormiguero como forma de colaborar en su “enriquecimiento ambiental”.
La hembra estaba sola por entonces, pero no por mucho tiempo. Ese mismo año llegó un macho proveniente del zoológico de Cerro Largo, que cortésmente lo donó al enterarse de los propósitos del bioparque.
¿Y Pereira?
Pereira no estaba aún ni en miras de aparecer, pero su historia se iba ya delineando gracias a una serie de hechos fortuitos, como la vida de cualquier ser sobre este planeta.
Para el 2012, otros dos nuevos tamandúas completaron el “plantel de cría”: uno de Artigas y otro de Cerro Chato. Este último apareció en el pueblo y aparentemente le gustó mucho, porque decidió quedarse en la vuelta. Anduvo por allí durante una semana y se negaba a irse, por lo que algunos pobladores decidieron hacer algo antes de que lo atacara un perro o alguien lo cazara. Tras capturarlo, llamaron a Juan, sabiendo que estaba buscando ejemplares para su proyecto de reintroducción. Allí, Villalba pudo comprobar en la práctica algo que ya sabía y que confirmaría luego en forma muy dolorosa: la fuerza de las garras del tamandúa y el poder muscular de sus extremidades, con la capacidad de abrazo de un Mike Tyson en medio de una pelea. No en vano logran abrir fácilmente troncos y hormigueros en busca de comida. Aquel tamandúa fue colocado provisoriamente en una jaula pensada para animales menos dotados para el escape. Fue cuestión de un rato para que la destrozara, situación que forzó a los dueños de casa a meterlo en una habitación.
La historia del otro tamandúa, hallado en el pueblo de Sequeira, es aún más sorprendente. Un sábado de noche, Juan recibió una llamada del departamento de Fauna, que le avisaba que el comisario de Sequeira tenía un prisionero especial en uno de sus calabozos.
Se trataba de un oso hormiguero que se había aventurado en el pueblo y que fue llevado a la comisaría, pero no por haber robado miel en algún comercio o por protagonizar incidentes bajo los efectos de bebidas espirituosas, sino por su propia seguridad, a falta de un lugar mejor.
Cuando Juan lo llamó, el comisario le dijo que todavía lo tenía allí y agregó: “Mejor si viene lo antes posible, porque estamos en Carnaval y el animal está ocupando uno de los dos calabozos”. Era una cuestión matemática: si se producía alguna pelea de borrachos, había que poner a los contendientes en la misma celda o pedirle a uno que compartiera el aposento con el tamandúa. Y hay que ser claros, nada bueno puede salir de un pequeño calabozo en el que hay un borracho y un animal con tal poder en sus garras.
Por suerte no hubo necesidad de llegar a tales extremos. El domingo de mañana Villalba fue a buscar al oso hormiguero y el bioparque completó su equipo de cría, con dos machos y dos hembras. Ahora, uno pensaría, era solo cuestión de ponerlos en jaulas matrimoniales y esperar a que nacieran las crías. No, porque como ya hemos explicado en este ciclo, la cría en cautiverio es un asunto complejo, que requiere que los animales estén no solo en las mejores condiciones posibles sino en circunstancias que se parezcan lo más posible a las de su hábitat natural. Era evidente que debían pasar por un proceso de adaptación.
Transcurrieron dos años sin novedades y para entonces Villalba ya estaba poniéndose nervioso, preguntándose si en esta ocasión habría hecho algo mal, ya que la reproducción de una especie es el mejor indicador de las condiciones en la que se encuentra.
Nuestra historia salta ahora a la mañana del 10 de setiembre de 2014, cuando Juan se encontraba a bordo de un ómnibus. El motivo por el que estaba allí era que iba en camino, junto al resto de sus compañeros de trabajo, a la inauguración de la planta industrial en Punta Pereira. Mientras iba conversando, sonó su teléfono celular. Era uno de sus colaboradores, que le avisó: “Mire el teléfono que le acabo de mandar una foto”. Lo que vio allí, con gran alegría, fue un pequeñísimo oso hormiguero montado sobre el lomo de su madre. Había nacido el primer tamandúa del bioparque, justo cuando su “padrino” humano estaba a unos cuantos kilómetros.
El acontecimiento era más importante que eso. Se trataba del primer tamandúa nacido en cautiverio en el Uruguay, una luz de esperanza para los planes de reintroducción de la especie.
Cuando Juan se encontró con el gerente en la inauguración, le contó la buena nueva y le mostró la foto. El gerente le sugirió: “Como estamos inaugurando la planta, ¿por qué no le ponés Pereira?”. Y tal fue el nombre que quedó para el primer tamandúa nacido en cautiverio, que por cierto no fue el único.
Su llegada pareció despertar el letargo reproductivo. En el 2015 arribó el segundo, pocos meses después el tercer nacimiento y así se fueron sucediendo las buenas noticias hasta llegar actualmente a un plantel de catorce osos hormigueros, ubicados en distintos recintos como si ocuparan un albergue juvenil de calidad (espacios para parejas y familias, lugares comunes, etcétera). Juan los reconoce a todos, aunque hay que decir que recuerda especialmente al tercer tamandúa nacido en el bioparque.
Garra charrúa
Cuando este animal tenía tres o cuatro meses de edad, uno de los funcionarios le contó a Juan que no lo veía bien, que lucía lento y adormilado (el tamandúa, no Juan, que es de lo más vivaracho).
Preocupado, Villalba decidió llevarlo al veterinario en Fray Bentos. Cuando llegó allí y lo colocó sobre la mesa para que lo examinaran, el tamandúa sintió olor a perro (su archienemigo, como veremos luego) y se asustó. Lo demostró clavando las garras en la mano de Juan, hundiéndolas cada vez más. Los dos veterinarios presentes intentaron separar las extremidades del tamandúa y sacárselo de encima al naturalista, pero cada vez que lo intentaban el oso hormiguero cerraba su abrazo y clavaba aún más sus garras.
Todos los intentos fueron inútiles; un solo tamandúa juvenil pudo más que tres hombres adultos. Villalba recuerda que fue un “dolor terrible”, el peor que le haya ocasionado un animal. Y lo dice alguien que sufrió una fractura de mandíbula por la patada de una cebra y contusión craneal por jugar con un tigre.
Luego de tres minutos de agonía, los veterinarios tuvieron que darle un anestésico al animal, porque las garras se habían enterrado profundamente en la carne. La demora fue tal que la esposa de Juan entró a ver qué pasaba y le preguntó al veterinario que la atendió: “¿Está muy mal el osito hormiguero?”. “No, el que está muy mal es su marido”, le respondió el hombre. ¿El resultado? El “osito” terminó durmiendo plácido la gran siesta y el naturalista en el hospital.
El poder de las garras y de los músculos del tamandúa es el que le ha servido en varias ocasiones para sobrevivir a una de sus principales amenazas: la presencia de los perros. La ubicuidad de los canes en el territorio nacional representa un desafío para muchas especies y, en el caso de los tamandúas, un verdadero problema cuando se desplazan por el suelo, lejos de la seguridad de los árboles. El otro gran inconveniente que sufren son los atropellamientos en las rutas. No son pocas las veces en que Juan recibe llamadas en las que le reportan la muerte de un oso hormiguero en sus desplazamientos nocturnos.
Pereira, que es un tamandúa hembra, sigue con buena salud e incluso tuvo también crías. Ya está un poco veterana para ser liberada en la naturaleza, pero al menos hizo su aporte para la reintroducción de la especie.
Los primeros tamandúas de M’Bopicuá en aventurarse en la naturaleza serán un macho y una hembra de unos tres años, como primeros emisarios de este plan de reintroducción. Se les colocarán collares de telemetría, ya comprados en coordinación con la Dinama, para poder monitorear su evolución en la naturaleza. Tras esta experiencia, si todo sale bien, serán liberados más ejemplares.
El Bioparque M’Bopicuá sigue recibiendo con frecuencia llamados con avistamientos o apariciones de tamandúas en ámbitos urbanos. Sin embargo, una vez cumplido el objetivo de formar un plantel para reintroducción, lo que se recomienda es colaborar para que los animales no sean molestados y que se los libere en el monte, lejos de zonas pobladas.
Hay esperanzas en el futuro del tamandúa en Uruguay. Juan tiene gran optimismo en que se reintegren fácilmente a la naturaleza y se refuerce así la población de la especie en el país. “Creo que va a ser el más fácil de todos los que estamos reintroduciendo, porque tienen una reacción instintiva ante los hormigueros y van a encontrar suficiente comida para sustentarse”, cuenta. Es una buena noticia también para Juan, que no tendrá que perseguirlos en la naturaleza con su licuado de desayuno continental ni tendrá que pasearlos con un pretal por los montes más cerrados del país, en busca de termitas.
Las opiniones vertidas en estas historias son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento del Bioparque M’Bopicuá o de sus autoridades y/o las de Montes del Plata.