Manolo el hurón, Luna la cierva y Enrique el contador
Esta es la historia de una improbable amistad, de una pareja despareja que parecía salida de una película de Disney y terminó codeándose con grandes personalidades en las páginas de los diarios.
“Este es el comienzo de una hermosa… familiaridad”, le dice Timón a Pumba en El rey león, parafraseando a la película Casablanca. Algo similar podría haber afirmado uno de los protagonistas de esta historia, si la vida se pareciera un poco más a los filmes de Disney y si los animales interactuaran también con presidentes y grandes figuras mundiales.
A comienzos del 2002, cuando el naturalista y director del Bioparque M’Bopicuá, Juan Villalba, caminaba por las ruinas del antiguo saladero del lugar, se encontró frente a frente con un hurón hembra que llevaba una cría en la boca. Al verlo, el animal dejó caer a la criatura y salió disparado para ponerse a salvo.
No es inusual encontrarse por esos lares al hurón (Galictis cuja), con su aspecto de ladronzuelo atrapado en plena faena, pero no es tan frecuente hacerlo cuando está acompañado de una cría tan chica. Villalba decidió retroceder con cautela y enfilar por otro camino, con la esperanza de que la madre regresara a recoger a su hijo. Dejó pasar más de dos horas y volvió al lugar cuando ya casi anochecía. Sin embargo, la cría seguía sola, haciendo oír sus lamentos.
Convencido ya de que su madre no volvería y de que el pequeñísimo hurón era víctima potencial de algún predador oportunista, decidió llevarlo hasta su hogar en el bioparque.
El cariño de Villalba por los hurones, a diferencia de aquel animal, no era recién nacido. Cuando Juan era niño, solía acompañar a su padre en algunas de sus vueltas con la ilusión de ver uno de estos animales, aprovechando que visitaba el sitio donde había más posibilidades de hacerlo: el mismísimo centro de Montevideo. Antiguamente, las grandes barracas de materiales tenían por costumbre soltar hurones semi-domesticados para espantar a las ratas que pululaban en los depósitos, lo que explicaba el entusiasmo del niño Juan por salir de compras. Con el tiempo, tanto las grandes barracas como los hurones fueron desapareciendo del centro.
Como un padre abnegado, Villalba comenzó a criar a aquel hurón a base de biberón en su casa del bioparque. El animal era tan chico que tenía aún los ojos cerrados, lo que ayudó a que creciera muy dócil y acostumbrado a los humanos (y a que su primera visión de otra criatura en este mundo fuera probablemente la de Villalba dándole comida)
Muy pronto, al hacerse más independiente, comenzó a ganar confianza en la casa; uno diría que hasta demasiada. Muy inquieto, se movía a su antojo y solía incluso hacer un rollo con las alfombras del hogar de los Villalba y meterse dentro. Se acostumbró a seguir a los hijos del naturalista adonde quiera que fueran y a jugar con ellos, a veces con los accesos de malhumor característicos de los hurones.
Al igual que el resto de los seres que habitaban la estancia, tomó la casa como suya y la asoció a la seguridad, corriendo a refugiarse allí no bien se sentía en peligro. Ya de chico, pasó de ser “el hurón” a ser directamente Manolo, un nombre cuyo origen no es claro pero que quizá tenga que ver con las visitas frecuentes de los españoles de la empresa Ence, dueña del bioparque por entones.
Luna de miel
Un par de meses después de haber recibido al carismático Manolo, Juan se topó con otra cría de animal indefensa y sin madre. Mientras recorría la costa del río Uruguay, encontró una cierva Axis (Axis axis) muerta por los disparos de un cazador. A su lado había una pequeña cierva que apenas se tenía en pie. Su madre debía llevar muerta un par de días y su hija seguía esperando inútilmente a su lado, hambrienta.
Aunque el ciervo Axis no es una especie nativa sino exótica, introducida desde Asia a comienzos del siglo XX, Juan decidió adoptar a la cría a instancias de sus hijos. El animal temblaba, tenía una diarrea permanente y casi no podía mantenerse en pie.
Cuando la llevaron a la casa, no atinó a escapar porque directamente no podía hacerlo. En los días en que la alimentaban, la cuidaban y la cierva ganaba fuerza, se acostumbró también a la presencia humana. Cuando ya estaba totalmente recuperada, se convirtió en una compañera inseparable de la familia; seguía a los hijos de Juan a todos lados, de la misma forma en que lo haría con sus padres.
Pero los hijos de los Villalba no fueron los únicos integrantes de la familia que sintieron curiosidad por aquella cierva, a la que llamaron Luna. Manolo el hurón se acercó inmediatamente a olfatearla, intentando descifrar qué era ese cuadrúpedo que venía a disputar sus dominios. Siendo los dos cachorros, el hurón y la cierva comenzaron pronto a jugar y a establecer una relación cercana.
Al poco tiempo, se hicieron amigos inseparables y se volvió una imagen común verlos juntos en todas partes, la cierva recorriendo ágilmente el terreno y el hurón como una sombrita inquieta detrás. Pasaron a formar parte de los juegos infantiles, presentes todo el tiempo en cualquier cosa que hicieran los hijos de los Villalba.
Luna, en vistas de esa amistosa primera experiencia en relaciones interespecíficas, pasó a considerar a todos los hurones como sus amigos, una opinión que no era compartida por el resto de los hurones que vivían en el parque. Cuando llegaba hasta el recinto en el que estaban estos animales (sin Manolo, que no solía aventurarse tan lejos) trepaba la cerca e intentaba jugar con ellos. La actitud de estos animales, al sentirse vejados en la dignidad y placidez de su madurez, era morderle las patas, lo que generaba un ballet desconcertado de la cierva, intrigada ante el temperamento tan cambiante de esas criaturas.
Tres es multitud
Manolo y Luna no solo constituyeron una pareja despareja e inusual: fueron también una sensación para los visitantes. Juntos, conocieron más personalidades del país y del mundo que muchos políticos en toda su carrera.
En aquellas épocas se estaba construyendo el puerto de M’Bopicuá, que generó muchísimo movimiento en la zona y motivó frecuentes visitas al bioparque y al casco de la estancia.
En estas ocasiones, Villalba tomaba la precaución de encerrar a los animales, no fuera cosa que cometieran alguna imprudencia que echara por tierra algún acuerdo importante, pero la ingeniera Rosario Pou, por entonces vicepresidenta de Ence América, le insistió en que aquel era el reino de los animales y debía respetarse como tal. Muy al contrario de causar complicaciones, se convirtieron en un suceso, interactuando con todos los recién llegados.
El hurón demostró la misma curiosidad por los ciervos que por las autoridades. Especialmente con las del Banco interamericano de Desarrollo, que habían firmado un acuerdo de cooperación con la empresa Ence.
El entonces presidente del BID, Enrique Iglesias, recorrió el lugar en marzo de 2003 y quedó encantado con las especies del bioparque y en particular con el intrépido Manolo. El hurón, encantado ante la posibilidad de olfatear nuevas personas, apareció en buena parte de las fotos de aquella visita, captado por las cámaras de la comitiva de prensa y por lo general muy cerca del contador Iglesias.
“Ciertamente le causaron curiosidad”, recuerda hoy Villalba. Rondando a Enrique Iglesias, aparecen también en las fotos la cierva Luna y el coatí Tintín, del que habrá oportunidad de hablar en otro momento. “El hurón y la cierva se movían con total desparpajo entre los visitantes”, agrega el director del bioparque.
Manolo se volvió incluso una celebridad en la prensa y tiene el honor de haber sido el único ser vivo en protagonizar dos veces la sección Rincón y Misiones, del diario El Observador. En marzo de 2002, el periódico se refería a él con el título “bendito hurón” y contaba que entre sus costumbres se encontraba meterse en el escritorio del padre de familia sin que hubiera modo de sacarlo de ahí. Y como finalmente le prohibieron entrar al lugar, tenía como hábito, a modo de protesta, “dejar un recuerdo líquido y otro sólido”.
En setiembre de 2002, cuando la prensa concurrió a cubrir la construcción del puerto, el diario publicó que en M’Bopicuá “los animales viven como reyes” y que sin dudas, entre ellos, “la estrella del cuadro es Manolo, por simpático y famoso”. “El pequeño hurón sigue a Villalba mejor que un perro y a cada paso le sale una monería”, contaba el espacio, y agregaba que “fue presentado al público como el gran Manolo, ‘el que salió en un Rincón’”. “Ahora puede agrandarse porque es el único que salió dos veces”, concluía El Observador, aunque a Manolo no le debe haber causado gracia que lo tildaran equivocadamente de roedor.
Manolo y Luna recibieron con la misma actitud a muchas otras visitas ilustres: al vicepresidente del Banco Mundial en 2004, al expresidente Luis Lacalle Herrera y su familia (incluyendo al actual presidente, un veinteañero Luis Lacalle Pou), al exvicepresidente Rodolfo Nin Novoa, al expresidente Julio María Sanguinetti y al expresidente Jorge Batlle, así como ministros y embajadores de varios países.
Los animales no tenían ninguna clase de contemplación con las jerarquías y otras distinciones artificiales que hacemos los seres humanos para medir nuestros grados de deferencia. Para ellos eran simplemente otros Homo sapiens a los que olfatear o incluso lamer. Así lo comprobó la comitiva militar encabezada por Yamandú Fau, ministro de Defensa en la administración de Jorge Batlle. Cuando el personal militar, impecablemente vestido, dejó sus gorras para almorzar bajo los árboles, la cierva procedió a lamer minuciosamente todas las boinas, suponemos que dando un disgusto a más de uno. Entre sus proezas se incluye también haber robado un poco de helado a un expresidente, la clase de inimputabilidad que brinda ser una cierva con aspecto Disney.
Y si bien uno podría decir que, por formidable que haya sido la amistad entre dos animales tan distintos, la vida no se parece a una película de Disney, es probable que el final de Luna haya sido bastante similar al de la mamá de Bambi.
La cierva tenía la costumbre de ir trotando al río y volver. Un día en que jugaba con la familia, hizo una de estas incursiones pero no regresó. Los hijos de Villalba, al ver que no volvía, se preocuparon y le pidieron a su padre que fuera a buscarla. El naturalista lo intentó pero jamás pudo encontrarla. En aquel momento, Villalba optó por adornar la historia a sus hijos (para ellos, spoiler alert a partir de ahora) y contar que Luna se había ido finalmente con los de su especie, pero estaba seguro de que no había sido aquella su suerte.
“Llegué a la conclusión de que fue víctima de un cazador que estaba en la costa, quizá moviéndose en alguna embarcación en el río”, cuenta hoy. Está seguro de que no se habría ido por su voluntad. Luna llegó a tener dos crías cuando tuvo los períodos de celo (alguna que otra vez la familia se encontró con un “Romeo” en la cocina, esperando tener suerte con la cierva) y ni siquiera entonces se fue con las manadas.
Manolo, poco antes, había tenido otro final que parece obra de los dramáticos guionistas de Bambi. Fue mordido en el hocico por una víbora crucera en el jardín de la casa y no pudo ser atendido a tiempo o llevado a Fray Bentos. La curiosidad de Manolo, que tan bien le jugó en las visitas de personalidades, le resultó una desventaja en este encuentro.
Más allá de estos finales, los dos amigos pudieron vivir felizmente varios años al cuidado de los Villalba y sus historias son parte hoy del anecdotario del bioparque. Timón y Puma dirían que durante ese tiempo encontraron su lugar en el sendero que va abriéndose en el círculo de la vida.